30 Nov

2018

La utopía según el camarada aseador

En la sede moscovita del Instituto Máximo Gorki, justo frente a la Plaza Pushkin, una pequeña placa de bronce recuerda desde principios de los años 90 a quien fuera, durante la última década de su vida, cuidador y barrendero del edificio. A cambio de un modesto sueldo y del derecho a alojar en una habitación desnuda, Andréi Platónov, uno de los mayores autores de ficción de la era soviética, debía mantener en condiciones uno de los centros neurálgicos del oficialismo literario en vida de Josif Stalin.

No era raro que, durante la jornada laboral, Platónov se cruzara en los pasillos del Instituto Gorki con Alexandr Fadeiev, severo representante del realismo socialista y responsable de la prohibición de todas las obras del camarada aseador.

Platónov había nacido en agosto de 1899 en una familia obrera de la ciudad de Voronezh. Publicó sus primeros versos a los 13 o 14 años en los periódicos locales, y cuando rozaba la mayoría de edad le correspondió ver cómo su ciudad natal cambiaba varias veces de manos durante la guerra civil que siguió a la revolución bolchevique. Platónov se había alistado en el Ejército Rojo y vivió de cerca las campañas militares y las penurias que las siguieron, sobre todo las devastadoras hambrunas que asolaron la región en 1920, 1921 y 1924. Los campesinos hambrientos, los huérfanos de la guerra civil, los oficiales enloquecidos del ejército creado por León Trotsky se convertirían, con los años, en los protagonistas de su obra maestra, Chevengur, que recién se publicó en 1988 y no se tradujo al español hasta 1999.

A fines de los años 20, Platónov se ganaba la vida como periodista, y trabajaba, al mismo tiempo, en la electrificación del campo. Publicó su primer relato, “Las esclusas de Epifán”, en 1927, pero llegó tarde a la vida literaria. En 1930, escribió, “el arado pasó por el campo de la cultura barriéndolo con su gigantesca reja, y enterró el estrato fértil dejando en la superficie tan sólo arena y fragmentos de barro”. La instauración del realismo socialista como doctrina literaria oficial dejó al escritor en una situación insostenible. Rechazado por Gorki y tildado de “basura” por Stalin en persona, Platónov intentó reformar su lenguaje, bajar el tono y rehuir la afilada fantasía que poblaba su obra, pero fue inútil. Sobrevivió, sin embargo, al terror estalinista y la Gran Guerra Patria, durante la que se desempeñó como corresponsal de guerra. Tras el triunfo contra los nazis, logró publicar el relato “El regreso”, el que fue calificado como “una provocación”. La amistad y la protección de Mijaíl Shólojov —autor de El Don apacible y Premio Nobel 1965— salvaron a Platónov de un destino oscuro en el gulag.

En sus últimos años, se dedicó a redactar cuentos populares rusos que se publicaban en varias revistas. Eso, más su empleo en el Instituto Gorki, fue lo más parecido a una carrera literaria que tuvo en vida. Como un personaje salido de su propio universo narrativo, Platónov murió en 1951, de una tuberculosis que le contagió su hijo Kliment al volver de un campo de concentración al que fue enviado a los 15 años.

 

La cripta y la resurrección de Rosa Luxemburgo

La fama, y sobre todo el prestigio, alcanzaron a Andréi Platónov con casi cuarenta años de retraso.

En 1985, cuando la perestroika era apenas un tímido intento de reforma, el poeta Yevgueni Yevtushenko, en un dramático discurso ante la Unión de Escritores, exigió que se permitiera la publicación de La excavación y Chevengur, ambas terminadas alrededor de 1930 y hasta entonces estrictamente inéditas. Fue tal el impacto del llamamiento de Yevtushenko, que esa parte del discurso fue censurada a la hora de su publicación, pero tres años más tarde la publicación de Chevengur eclipsó en la Unión Soviética —un país que pronto será nada más que un recuerdo— al propio Doctor Zhivago, que tanto había dado que hablar treinta años antes.

Considerada “intraducible” por el poeta Joseph Brodsky y elogiada con brillantez por Fredric Jameson, Chevengur es una estremecedora reconstrucción de las experiencias vividas por Platónov a principios de los años 20, y toma su nombre de una incierta comuna rural en la que un grupo de esperpénticos personajes decide instaurar el comunismo por su cuenta y riesgo.

La novela, traducida al español por Vicente Cazcarra y Elena S. Kriúkova, se publicó en nuestro idioma en 1999, cuando se cumplían cien años del nacimiento de su autor. La portada reproduce el célebre ícono de la Santísima Trinidad de Andréi Rublev (¿1360-1430?), y la imagen funciona como una suerte de trasposición metafísica de los tres protagonistas, cuya búsqueda del socialismo adquiere en la novela resonancias místicas, mientras la naturaleza extenuada se cierra como una tumba sobre ellos. Alexandr Dvánov, huérfano de un pescador que se lanzó a un lago para saber qué había del otro lado de la muerte, se encuentra en su peregrinación por las estepas con Kopionkin, quien recorre los campos asesinando burgueses montado en su caballo Fuerza Proletaria. Kopionkin aspira a alcanzar la realización física y palpable del comunismo: la señal de ese advenimiento casi religioso será nada menos que la resurrección de su adorada Rosa Luxemburgo. El trío se completa con Chepurni, el presidente del soviet de Chevengur, donde “el hombre no trabaja porque todos los impuestos y las obligaciones corren a cargo del sol”.

Grandiosa en su realización y conmovedora en su reflexión sobre la revolución, la guerra y la condición humana, para la que no parece existir esperanza que no traiga aparejada una catástrofe, Chevengur amplifica y completa la lógica de La excavación, publicada en español en 1990 y nunca reeditada. Allí, un grupo de obreros se afana en la construcción de un inmenso “hogar proletario”, del que sólo llegarán a ver el foso de los cimientos. Ese foso se convertirá en una gigantesca cripta para todos ellos.

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